Artículo de opinión publicado en el Diario Hoy, el 29-3-05, y firmado por Eustaquio Sánchez Salor, Catedrático de Latín de la Universidad de Extremadura.

ESTÁN de moda los comités de sabios. Yo creo que tienen más de comité que de sabio. Al menos no se puede decir que la sabiduría le venga de pronto a ese comité por el hecho de que sus miembros sean llamados sabios; eso ocurriría si la sabiduría se la diera, por arte de magia, el responsable político que los nombra; pero realmente ese responsable político se mueve más bien por razones de amistad, de proximidad intelectual, de afinidad política; las razones de sabiduría no son muy tenidas en cuenta. Pueden ser sabios porque lo sean por sí mismos, pero no porque hayan sido nombrados miembros de un comité de sabios. La sabiduría no se la da el dedo del que nombra.

Yo tampoco soy quién para decir qué es un sabio. Pero sí puedo decir que sabios de reconocido prestigio -y lo son porque han pasado a la historia; y es que ¿qué mejor juez que la historia para dar el carnet de "sabio de reconocido prestigio"?- fueron sobre todo aquellos que pasaron, no como especialistas en una sola materia, sino como maestros en dos o más materias; y, con mucha frecuencia, en materias pertenecientes a campos distantes y arbitrariamente separados hoy, como las ciencias y las letras. Sabios que fueron maestros en medicina y en filosofía al mismo tiempo; en arquitectura y en letras; en física y en literatura; en lenguas y en matemáticas.

Los filósofos griegos eran maestros de la naturaleza, eran físicos, y también cultivadores del pensamiento, del espíritu. Los presocráticos, en efecto, eran físicos y filósofos -no olvidemos que "filósofo" significa "amigo de la sabiduría"-. Aristóteles escribió de letras, de retórica, de poética y de gramática, pero también de leyes y de naturaleza. Epicúreos, como Lucrecio, fueron escritores y poetas – buenos poetas-, y también estudiosos de la naturaleza, del mundo, de los astros, es decir de las ciencias.

Los sabios de la India eran también médicos. Ello se refleja en una conocida historia: un rey persa del siglo VII había oído una leyenda según la cual en la India había árboles de cuyos frutos se sacaba una bebida que resucitaba a los muertos; el rey envió a un legado suyo para que buscara esos árboles e hiciera aquella bebida; marchó el legado a la India, pero no encontró los árboles ni la medicina; y preguntó de dónde venía la leyenda que decía que en la India había árboles que daban frutos de donde se sacaba la medicina salvadora. Y le dijeron que los árboles son los sabios; la medicina los libros de los sabios; y los muertos, los ignorantes que resucitan de su ignorancia con la lectura de los libros. Y eso, le dijeron, se podía leer en un famoso libro que corría por la India. Ese libro ha pasado a la historia de la cultura occidental como el libro de Kalila y Dimna. Me interesa destacar que, en esta historia, la sabiduría es cultivo y cuidado del alma (libros) y es también cuidado del cuerpo (medicina). Médicos famosos y reconocidos como sabios ha habido muchos a lo largo de la historia, desde Hipócrates, médico y maestro de sabiduría, hasta Marañón, que lo mismo curaba enfermos que escribía sobre Tiberio, Don Juan, Luis Vives, Antonio Pérez o el Greco; ellos cultivaron no solo la medicina, sino también las letras. Y todo el mundo los reconoce como sabios.

Los grandes del Renacimiento cultivaron también ciencias y letras al mismo tiempo. Por no ir muy lejos, el extremeño Sánchez de las Brozas escribió de gramática, de retórica, de comentario de textos de autores clásicos, pero también sobre el globo terráqueo y sobre el reloj; letras, física y astronomía juntas. Leonardo sabía de todo: de pintura, de ingeniería, de arquitectura, de latín, de estética. Y es que ¿por qué la arquitectura y la ingeniería van a estar reñidas con las letras? El arquitecto y el ingeniero han de ser sabios en naturaleza y leyes de la naturaleza, es decir, en física; si no conocen las leyes de la física y no las respetan, se les caerán los puentes, los túneles y las casas, pero también han de construir obras bellas, que llenen la parte espiritual y el gusto estético del que contemple su obra, sino, su obra será olvidada por los hombres. Los mejores arquitectos e ingenieros de la historia han sido también sabios.

Sabemos que en muchas universidades europeas se sacan titulados al mismo tiempo en letras y en ciencias, en literatura y en arqueología, en arqueología y en ingeniería, en clásicas y en arquitectura. Leemos que debemos tener titulados con amplia formación básica, con capacidad para analizar y afrontar situaciones dispares y no titulados que solo sepan un detalle muy concreto y especializado; y que no los saquen de ahí.

Si esto es así, dudo mucho que, convirtiendo a los ordenadores en la panacea salvadora y única de la enseñanza -que es lo que se está diciendo y haciendo con mucha insistencia en nuestra Extremadura-, logremos auténtico progreso. Sobre todo, si nos quedamos solo en eso, en los ordenadores, y los convertimos en el bobalicón ídolo de barro de nuestra enseñanza.